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NUEVA YORK, sábado, 19 abril 2008 (ZENIT.org).- Benedicto XVI alentó a la Iglesia en Estados Unidos a pasar la página de la crisis que ha vivido en los últimos años, no sólo a causa de los escándalos de algunos sacerdotes, sino también por motivo de las divisiones que surgieron tras el Concilio Vaticano II (1966-1965).
Fue la consigna que dejó a unos tres mil sacerdotes, diáconos, religiosas y religiosos, que se congregaron en la mañana de este viernes en la catedral de San Patricio para participar en la celebración eucarística presidida por el Papa.
La misa «por la Iglesia universal» sirvió para celebrar el tercer aniversario del inicio de este pontificado. Miles de files, que no pudieron participar por falta de espacio, se congregaron en la Quinta Avenida.
«Quizás hemos perdido de vista que en una sociedad en la que la Iglesia parece a muchos que es legalista e "institucional", nuestro desafío más urgente es comunicar la alegría que nace de la fe y de la experiencia del amor de Dios», aclaró.
«Vosotros, que habéis consagrado vuestra vida para dar testimonio del amor de Cristo y para la edificación de su Cuerpo, sabéis por vuestro contacto diario con el mundo que nos rodea, cuantas veces se siente la tentación de ceder a la frustración, a la desilusión e incluso al pesimismo sobre el futuro», reconoció.
En esta situación, el Papa invitó a los sacerdotes y religiosos, entre ellos había también seminaristas, «a una fe cada vez más profunda en la potencia infinita de Dios, que transforma toda situación humana, crea vida desde la muerte e ilumina también la noche más oscura».
El secreto, dijo, está en ver la realidad con los ojos de Dios, que él llamó «conversión intelectual». Y se preguntó: «¿acaso no es tan necesaria como la conversión "moral" para nuestro crecimiento en la fe, para nuestro discernimiento de los signos de los tiempos y para nuestra aportación personal a la vida y misión de la Iglesia?».
Para Joseph Ratzinger, que fue perito como teólogo en el Concilio Vaticano II, «una de las grandes desilusiones que siguieron» a aquella cumbre de obispos del mundo ha sido «la experiencia de división entre diferentes grupos, distintas generaciones y diversos miembros de la misma familia religiosa».
«¡Podemos avanzar sólo si fijamos juntos nuestra mirada en Cristo! Con la luz de la fe descubriremos entonces la sabiduría y la fuerza necesarias para abrirnos hacia puntos de vista que no siempre coinciden del todo con nuestras ideas o nuestras suposiciones», aseguró.
«Así podemos valorar los puntos de vista de otros, ya sean más jóvenes o más ancianos que nosotros, y escuchar por fin "lo que el Espíritu nos dice" a nosotros y a la Iglesia».
De este modo, aseguró, «caminaremos juntos hacia la verdadera renovación espiritual que quería el Concilio, la única renovación que puede reforzar la Iglesia en la santidad y en la unidad indispensable para la proclamación eficaz del Evangelio en el mundo de hoy».
Refiriéndose a los abusos sexuales, el Papa manifestó a los sacerdotes y religiosos su «cercanía espiritual».
«Me siento unido a vosotros rezando para que éste sea un tiempo de purificación para cada uno y para cada Iglesia y comunidad religiosa, y también un tiempo de sanación. Además, os animo a colaborar con vuestros obispos que siguen trabajando eficazmente para resolver este problema»¸ les dijo.
«Que muestro Señor Jesucristo conceda a la Iglesia en América un renovado sentido de unidad y decisión, mientras todos --obispos, clero, religiosos, religiosas y laicos-- caminan en la esperanza y en el amor recíproco y para la verdad», concluyó.
«De este modo la Iglesia en América conocerá una nueva primavera», aseguró.
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