12 luglio 2008

Sin Dios, el hombre no tiene futuro

Por monseñor Demetrio Fernández, obispo de Tarazona

TARAZONA, sábado, 12 julio 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la carta pastoral escrita por el obispo de Tarazona (España), monseñor Demetrio Fernández, con el título "Sin Dios, el hombre no tiene futuro".


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Se quiere construir una sociedad sin Dios, y sin Dios el hombre no tiene futuro. Dios es el futuro de nuestra vida, a nivel personal y a nivel social. Si quitamos a Dios de la existencia humana, el hombre se queda sin horizonte. El hombre sin Dios queda amputado en una de sus principales dimensiones, la dimensión religiosa. Esta dimensión religiosa del hombre no se reduce a la esfera privada de la conciencia, sino que por la propia naturaleza humana tiende a expresarse y a vivirse en sociedad.

Dios no es enemigo del hombre. Dios no estorba para el progreso y para la felicidad del hombre. Dios ha sido y seguirá siendo el principal factor de transformación de la sociedad, de respeto al ser humano, de promoción de sus derechos, de fomento de la convivencia. La religión no ha sido, como tantas veces se nos quiere hacer ver, la causa de los enfrentamientos a lo largo de la historia. Cuando el hombre deja de ser religioso, no por eso cesan las guerras y las ambiciones, sino que por el contrario se multiplican. La historia demuestra que cuando el hombre se acerca a Dios, se hace más capaz de crear una convivencia pacífica entre todos.

Oímos continuamente proclamas en contra de Dios y de la religión, y al hacer estas proclamas, se sueña con un progreso que traerá la paz y la felicidad para todos. Pero junto a estas proclamas y como una consecuencia de las mismas, se anuncia el aborto sin medida, la eutanasia legalizada y otros "progresos" que no respetan los derechos fundamentales del hombre.

La vida es el bien fundamental de la persona. Todos tienen derecho a los que han sido engendrados y todavía no han nacido. Desde el momento mismo de la fecundación, tenemos una nueva persona, dotada de alma y cuerpo, con un proyecto genético y vital propio. Truncar esa vida es matar a un inocente. El sentido común y la fe en Dios nos dicen que nadie tiene derecho a suprimir esa vida que ha brotado en el seno materno. Hoy nos presentan como un progreso la libertad para matar al inocente en el seno materno, poniendo al alcance de quienes lo deseen todo tipo de medios. La vida no es respetada, el hombre no tiene futuro por este camino. Cuando el hombre se aleja de Dios, pierde hasta la luz natural para entender esta verdad elemental.

La vida en todas sus fases debe ser respetada, amada, acogida, alentada. No es ningún progreso poder eliminar a los minusválidos, a los que tienen síndrome de Down, a los que por cualquier accidente viven una vida limitada, a veces vegetativa. No hace bien al hombre y a la sociedad esta falta de protección del más débil, incluidos los que llegan a una edad avanzada y, gracias a la medicina, prolongan sus años. Cuando el hombre se aleja de Dios, se vuelve contra el hombre con toda crueldad. Y eso no constituye ningún progreso.

Por eso, nos llena de esperanza la próxima Jornada Mundial en Sydney del 15 al 20 de julio, en la que el Papa Benedicto XVI convoca a jóvenes de todo el mundo. Desde el encuentro fuerte con Jesucristo, estos miles y miles de jóvenes se animan a construir la civilización del amor, que respeta y ama al hombre, especialmente al más débil, en todos los momentos de su existencia. Es urgente construir un mundo nuevo. Y esto no podrá hacerse nunca al margen de Dios. Los miles de jóvenes que acudirán a Sydney y los millones de jóvenes que se unirán desde cualquier rincón del planeta a este acontecimiento constituyen una esperanza y una promesa. En ellos tenemos la esperanza de un mundo nuevo donde el hombre será respetado y amado en todas las circunstancias de la vida.

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